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SUMA DE LETRAS

LA CRISIS, SEGÚN JUAN ESPAÑOL

Juan Español madruga, desayuna rápido, apenas un café, prefiere combatir el sueño y el embotellamiento con el estómago aún perezoso.  A él, como a su estómago, le cuesta despertarse, no porque sea un adicto del descanso, sino porque el trajín de su vida no le permite dormir demasiado. Se consuela pensando que el fin de semana recuperará el tiempo perdido.


Juan Español trabaja duro, demasiadas horas, pero son buenos tiempos. No es que pueda ahorrar tanto como le gustaría pero llega con comodidad a fin de mes. Se ha preparado durante muchos años para tener un trabajo que él considera digno. Ha tenido la suerte que muchos desean: es profesor de instituto público, por lo tanto funcionario, por lo tanto con trabajo indefinido. Juan es además jefe de estudios y prolonga la joranda por la tarde.


A Juan Español por primera vez las cuentas le cuadran. Y cómo es un buen momento decide comprar un coche. Podría conformarse con un utilitario modesto pero se confía y opta por una compra superior. Invierte el sueldo de un año en el vehículo. Todo son facilidades. El banco pone a su disposición dinero, créditos a bajo interés y opciones ventajosas de pago. Se decide. Firma. Se adeuda.


Juan Español piensa incluso en comprar un piso. Vive de alquiler. Los precios le han desanimado hasta ahora, pero sigue siendo optimista. Una letra pequeña a muchos años le permitiría el sueño de tener vivienda propia. Duda pero finalmente sucumbe ante la tentadora ley de la oferta: mucho donde elegir y de nuevo todas las facilidades posibles. Pregunta y se informa. Amigos y el amigo del banco le aconsejan lo mismo: compra. Y compra.


Juan Español es un consumidor agotado pero feliz. Ha ampliado su jornada con clases en una academia. No pagan mal y necesita el dinero. Es un buen momento.


Han pasado meses, solo unos meses. Juan Español vive pendiente de cosas que antes desconocía que existieran: euribor, ibex 35, pagarés del tesoro, prima de riesgo. No sabe como conciliar esa realidad númerica con sus clases de literatura.


Ahora los titulares son más preocupantes. Las cosas no marchan tan bien, pero no se inquieta en exceso. Un día recibe una carta del banco, la primera en mucho tiempo que no incluye dentro una factura. Pero es aún peor. Sus modestos ahorros invertidos en un fondo de inversión de renta variable se han reducido a la mitad. Es la bolsa, le dicen, que está loca. Ya, pero lo recuperaré, pregunta. Bueno, cuando todo se calme. Tendrá que esperar. Juan Español espera.


Juan Español ha leído que los bancos con dificultades han recibido miles de millones de euros de los Estados para sanear su balance y eliminar los activos tóxicos que antes eran igualmente tóxicos pero rentables. Eso le tranquiliza.


Un día, meses más tarde, se inquieta de nuevo. Ahora el problema no son los bancos, son los Estados. Juan Español no entiende. Sus libros de literatura son definitivamente inútiles para interpretar la realidad. Acude a su banco. Su amigo parece menos amigo, pero tiene paciencia y trata de explicarle. Está claro, Juan, no nos fiamos de los Estados, han gastado mucho dinero. Demasiado. Juan Español no sabe qué decir. Balbucea atónito. Pero lo gastaron en vosotros, no? Su amigo ya no es su amigo. Si no nos hubieran ayudado todo habría sido peor. Son tiempos difíciles Juan. Y Juan Español se queda con las ganas de preguntar para quién son difíciles, pero se calla.


Juan Español llega con dificultad a fin de mes. Ahora es un consumidor igualmente agotado pero infeliz. Ha dejado de pensar en literatura. Bucea en libros de economía y contabilildad. Decide volver al banco. Su antiguo amigo es definitivamente otro, un acreedor implacable. No hay posibles cambios en sus condiciones. Hay que estrecharse el cinturón Juan, comenta, haberlo pensado antes. Has vivido por encima de tus posibilidades.


Juan Español regresa a casa igualmente agotado, infeliz y ahora además mortificado por el remordimiento: Ha vivido por encima de sus posibillidades. Lee en los periódicos que no sólo él, muchos millones de ciudadanos consumidores y todos los Estados también lo han hecho.


Juan Español es, pese a todo, un privilegiado. A él le cuesta creerlo pero todo el mundo lo dice. Es profesor, es funcionario, tiene trabajo indefinido. No sólo ha vivido por encima de sus posibilidades, sino que conserva un privilegio inaceptable en tiempos de crisis. Piensa que el llamado milagro económico debe referirse a eso: convertir los derechos en privilegios. En su proxima nómina cobrará menos.


Juan Español ha dejado de leer la prensa y ha vuelto a la literatura. La ficción le parece más comprensible y alentadora que la realidad. Cuando va al banco siempre lleva bajo el brazo algún libro. Ya no es una visita grata. Le hacen esperar. Pero a él no le importa. Descubre tarde que la historia sólo se repite, nunca cambia. Lee “El Avaro”. Y sigue esperando…

1 comentario

Alfon -

Genial relato Javier. Pero no siempre la historia se repite, que mira en 1789 la que liaron los franceses. Bueno, quizá deberiamos forzar que se repita la Revolución Francesa. ¿O esperamos como Juan?