BLUNT, EL INTOCABLE
No había leído nada de John Banville hasta que hace unos días compré “El intocable”. El título ilustra la vida de Antonhy Blunt, el más enigmático y sofisticado espía del llamado círculo o grupo de Cambridge, cinco retoños de la alta sociedad británica que entregaron su vida y los secretos de su país a la Unión Soviética.
Banville asume algunas licencias literarias para que la identificación no sea plena. Altera los nombres, varía determinadas circunstancias biográficas y se resiste a nombrar con autenticidad a las personas engañadas por Blunt y su grupo. A pesar de ello, las similitudes resultan tan delatoras que en la primera página ya se traza un perfil de Blunt calcado de su ficha oficial en el MI5.
A diferencia del resto de compinches, Blunt fue un agente sutil y poco activo. Suscribió un compromiso más teórico que real. No participó del fanatismo de Guy Burgess, no igualó la actividad frenética de Kim Philby, no dispuso del acceso privilegiado al poder de Donald McLean, ni tampoco desveló secretos vitales sobre la estrategia militar alemana como hizo John Cairncross. Sus logros languidecían respecto al historial del resto, pero Moscú siempre le consideró una pieza exclusiva; un infiltrado latente en el corazón del Estado británico.
Los servicios soviéticos tenían motivos para creerlo. Blunt alternaba su labor de director del Courtauld Institut of Art con la de conservador de la Pinacoteca Real. Frecuentaba al propio Rey Jorge VI (el Colin Firth de “El discurso del Rey”), despachaba asiduamente con la Reina, prima de su madre, y la nobleza le asediaba con infinidad de citas y actos.
Todo terminó cuando Margareth Thatcher desveló públicamente la doble vida del venerado profesor. Le hubiese gustado que se le recordara como un erudito, un historiador y crítico de arte de extraordinaria sensibilidad, pero pasó a la historia como el arquetipo del traidor. Posiblemente era lo que exigía la época y el grado de alarma social que su caso generó.
Lo cierto es que su única pasión se limitaba a las gamas de formas y colores que rechazaba definir sólo como pintura. Su concepto vital era el arte, y a él se entregó con un ardor y arrojo en apariencia incompatibles con sus modales comedidos.
“El intocable” deja clara su escala de valores: siempre el arte antes que la política, siempre la pintura antes que el espionaje, siempre Poussin antes que Stalin, siempre él antes que todo. Banville dibuja también un retrato humano: frívolo, frío, extraordinariamente inteligente, distante, clasista, un estoico del siglo XX, un relativista que sólo acabó creyendo en sí mismo.
Blunt ya mereció hace unos años una excelente biografía de la periodista británica Miranda Carter, editada en España por Tusquets. Su figura sobrevuela otras obras literarias, series televisivas y alguna película. Ninguna de entidad, creo, a excepción de una correcta serie que realizó la BBC.
Sólo cirujanos de fino bisturí como Banville pueden diseccionar un personaje sumamente complejo al que se ha pretendido ridiculizar con una torpe etiqueta: el gentleman que jugó a ser comunista. La única verdad posiblemente sólo la supo él y nunca la reveló. Tal vez creyó que nunca se traicionó a sí mismo.
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javi -
Alfon -