Los Cuerpos Divinos
Siempre es un placer leer a Guillermo Cabrera Infante. Su última novela "Cuerpos Divinos" rastrea la Habana de los años cincuenta, recorre los rincones mágicos y nostálgicos de la ciudad, describe la agonía de la dictadura de Batista y sólo al final, por una cuestión cronológica, relata el triunfo de Castro y sus primeros meses en el poder.
El protagonista es el propio Cabrera Infante, un periodista sin nombre, crítico de cine de la revista "Carteles", y vividor incombustible de la no menos inagotable noche habanera. El autor define la obra como un retrato sentimental de una vida consumida por el cine, la política y las mujeres. Hay todo un despliegue de mujeres, todas las que en un momento u otro prendieron en el carácter apasionado de un joven Cabrera Infante. Cada página está salpicada de descripciones femeninas, de las virtudes carnales de sus amantes, de una infidelidad que reconoce compulsiva y de cómo la vida, en su juventud, resultaba incomprensible sin la eterna compañía de un cuerpo de mujer.
Y así, saltando de cama en cama, Cabrera nos permite viajar a un tiempo definitivamente perdido. Cada conquista incluye un retazo de La Habana o de Cuba, y el conjunto alumbra la visión lúcida de un país sumido en la dictadura e ilusionado por su derrocamiento. Cabrera era un periodista comprometido, bien relacionado con los tres grupos que lideraban la oposición a Batista: el Directorio Revolucionario, el Movimiento 26 de julio (dirigido desde Sierra Maestra por Fidel Castro) y el Partido Comunista, que años antes había colaborado con Batista.
Cabrera conocía a Castro desde antes del inicio de su Movimiento, cuando el primero frecuentaba las tertulias literarias del Paseo del Prado, y el segundo pertenecía a uno de tantos grupos que practicaban el gansterismo político. Cuando se sentaba alzaba el costado de la chaqueta y se distinguía la culata del revólver.
Volvió a verlo personalmente tras el triunfo de la Revolución en enero de 1959. Carlos Franqui, amigo del escritor y director de Radio Rebelde, la emisora que propagó el mensaje revolucionario desde Sierra Maestra, le nombró director del diario Revolución (el actual Granma) y después responsable de su suplemento literario.
Pero el idilio duró poco. Antes que que la deriva política de Castro, fue su talante personal el que sembró de dudas la opinión de Cabrera Infante. Le acompañó en varios viajes oficiales y en ellos ya brotaban sin complejos todos los rasgos del tirano: el desdén hacia los demás, el egocentismo, la desconfianza y un personalismo patológico que identificaba el destino de Cuba con el suyo.
El desencuentro fue definitivo tras la emisión del documental "La Habana P.M.", rodado por el hermano de Cabrera Infante; un simple ejercicio de realismo que mostraba la noche de la Habana. Demasiado frívolo y burgués. Prohibido y etiquetado como contrarevolucionario, fue la primera víctima del totalitarismo castrista.
Después llegó la ruptura y el exilio. Desde mediados de los 60 Cabrera Infante no volvió a Cuba. Se refugió primero en España y después en un húmedo y plomizo Londres, tan alejado del trópico que la nostalgia le inspiró las páginas más hermosas y genuinamente cubanas escritas sobre la isla. Ningún escritor del interior fue tan cubano como él, tan entusiasmado por el habla popular y el carácter habanero. Toda su obra es una añoranza de la ciudad, desde "La Habana para un infante difunto" a "Tres Tristes tigres", incluyendo los textos inéditos publicados tras su muerte ("Cuerpos Divinos" es el último de ellos).
Hoy, que un grupo de artistas e intelectuales ha presentado un manifesto exigiendo la apertura democrática de la dictadura cubana, me he acordado de Cabrera Infante, de su eterna nostalgia, de sus crisis nerviosas en el exilio, del carácter taciturno que le provovó la ausencia, del elogio siempre dispuesto para referirse a su ciudad, del humo del tabaco que le permitía refugiarse en una niebla con aroma a Cuba, y de las mujeres que adornan su literatura y su vida. Sus Cuerpos Divinos.
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