¿QUIÉN ES LOU GRANT?
Hace unos días un joven estudiante me preguntó: ¿Y porqué estudiaste periodismo?.
Casi al hilo de la pregunta, sin tiempo para pensarlo, estuve a punto de responder: "nadie es perfecto" (reconozco el copy íntegro para el genial Billy Wilder), pero me mordí la lengua e intenté que la respuesta no pareciera cínica. "Me gustaba mucho la serie Lou Grant". Y creí haber quedado como un tipo instruído e interesante.
"¿Lou Grant, quién es ese?" , respondíó, y sin apenas segundos para maquinar una réplica demoledora volví a dibujar la imagen de Jack lemmon quitándose la peluca ante el millonario dispuesto a entregarse en cuenta y alma. "No puedo casarme contigo. No soy una mujer, soy un hombre", diría Lemmon. "No importa, nadie es perfecto", respondería el millonario en uno de los finales más redondos, inolvidables y eternos del cine.
Y eso estuve a punto de responder: "¿No sabes quién es Lou Grant?, no importa, nadie es perfecto". Pero no lo hice. Sí salió de mis labios una frase que juraría no haber dicho, pero que varios testigos certificaron oír: "¡ Qué daño hizo Lou Grant!.
Es seguro que pronuncié la frase. Tampoco es mía pero me la apropié desde que se la oí a un compañero y, sin embargo, amigo. ¡Qué gran verdad! Veías aquella redacción en tensión, aquél hombre que tenía por instinto un titular de periódico, con su calva a cinco columnas y su cara convertida en un cero perfecto - yo siempre creí que su redondez era por darle tantas vueltas a las noticias - y después de ver el primer capitulo pensaba: yo quiero ser eso. Y eso fuí.
Pero ví pocos Lou Grant en la realidad. Me hubiera gustado toparme con más, cómo me hubiese gustado que las redacciones siguieran siendo cuerpos en tensión y no oficinas funcionales. Ya no había máquinas de escribir, ni telex, ni corresponsales con chalecos acolchados, ni bebedores inspirados afilando una crítica, ni lenguas mordaces conjugando una columna brillante.
Había una atmósfera más limpia, con aroma a ambientador y a tinta de fotocopiadora, con purificadores de aire y teléfonos inalámbricos, antes de que sobrevinieran los terminales informáticos, los móviles y los portátiles. Se evaporó el humo y se elminó el alcohol, pero también se silenció el sonido vibrante de conversaciones, llamadas y debates.
No sé si Lou Grant habría mudado su redacción por una actual, si se habría sentido más incómodo entre tanta corrección, pero habría chocado necesariamente con otra realidad: vi muchas veces a Lou Grant preocupado y presionado, pero nunca le vi entregado, ni escribiendo al dictado. Lou Grant podía ser serio, tajante, malhumorado y a veces perdía los papeles, pero jamás se convirtió en un hipócrita ni aduló a los políticos para medrar o salvarse. No pretendía otra cosa que ser periodista, en la acepción que también acuñó Kapuscinski: "los cínicos no sirven para este oficio."
Volví al joven, que esperaba una respuesta: "Lou Grant era un tipo que no sabía ser cínico". "No lo sabía". "No te preocupes, nadie es perfecto."
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Javier Juárez -
Alfon -