UN HOMBRE EN CARABANCHEL
En mi barrio, durante la década de los 80, únicamente vivían dos personas famosas. Uno era Rosendo; la otra, Marcelino Camacho. Carabanchel no ofrecía muchos atractivos, quizás por eso nos gustaba señalar con orgullo el modesto piso donde siempre habitaba el hombre del cuello alto que protagonizaba portadas y aparecía en televisión. Muy cerca, sobresalía la cúpula de la prisión donde pasó una década. Hoy, al conocer la noticia de su muerte, siento que una persona digna y algunos de mis recuerdos desaparecen con él.
De Marcelino se dirán muchos elogios. Y seguramente merecidos, lo que no siempre ocurre con los obituarios generosos. Yo opto por el que personalmente me acerca más a él. Para mi será el hombre que nunca mudó de barrio. Creo que eso es decir mucho cuando con ello se reconoce la dignidad, la coherencia y la ética. Entre el personaje y la persona prefiero recordar a esta última, a quien supo vivir sin renunciar a sus ideas, ni siquiera aparcándolas discretamente para gozar de privilegios a los que siempre renunció.
Con una honestidad que hoy se extraña, nadie le recordó nunca de donde venía porque siempre lo supo, ni tuvo que preguntarse hacia donde iba porque siempre estuvo en el mismo sitio.
A veces las asociaciones de ideas son extrañas. Sé que no es el día pero no puedo evitar comparar su figura con ese otro personaje famoso por hacer exactamente lo contrario: mudar constantemente sin que nadie acierte nunca a ubicarle. Compartieron un tiempo, ciertas ideas, una militancia e incluso la cárcel. El primero hizo de ella una etapa en su camino, sin más. El otro utilizó un pasado para colgarse medallas que se oxidaron sin lustre.
De tanto reinventarse a sí mismo, este segundo personaje se ha convertido en un bufón irreconocible consumido por el ego. No es desde luego García Márquez, ni Henry Miller ni Jaime Gil de Biedma, por más que alguien camufle sus miserias con comparaciones absurdas.
Al final, el tiempo pone a cada uno en su sitio. Y aunque Marcelino no sea tan leído, ni tan viajado, ni tan erudito podrá presumir siempre de ser más honesto y mejor persona. De otros, en su búsqueda de la excelencia, sólo quedará el eco de sus disparates aunque los publiciten como destellos de genialidad.
¡Qué absurdo!, cuando lo realmente genial en este mundo de hoy es ser fiel a uno mismo y ganarse el respeto propio y de los demás. Lo fácil es perderlo, se esté en Japón o en España.
Va por tí, vecino.
1 comentario
anusky66 -
Un saludo