EL TERCER HOMBRE
Ahora que Cannes es capital del cine, quiero hablaros de mi película preferida, aquella que siempre que la veo me sorprende, aunque conozca los diálogos, sepa el desarrollo de la historia y conozca el final, poco habitual por cierto pues ni es feliz ni previsible.
Se trata de “El Tercer Hombre”, película británica dirigida por Carol Reed en 1949, con Orson Welles y Joseph Cotten como actores protagonistas. Una desconocida Alida Valli borda el papel de mujer desamparada y engañada.
La historia, ambientada en la Viena de posguerra, podría tener, como tantas otras, cualquier ubicación y cualquier momento. El argumento es intemporal porque trata de la traición: a la amistad, al amor y a su país. No debe resultar fácil tanta capacidad para el engaño, pero Orson Welles, impagable en el papel del pérfido Harry Lime, asume el mal con la misma naturalidad con la que su amigo Holly Martins (Joseph Cotten) se niega a aceptar la conversión perversa de su amigo.
Entre sombras, Carol Reed nos conduce por una Viena en ruinas y dominada por las tinieblas. De ellas surge siempre un esquivo Welles, aflorando en sus ojos la expresión inequívoca del hombre frío, en su boca la sonrisa cínica del villano seductor, y cuando eso ocurre, aunque sea a media luz, oculto y casi envuelto en un aura fantasmal, la pantalla se rinde a su presencia absoluta. Welles desborda el relato y ante él, el espectador contiene la respiración, nos perturba.
Ni siquiera en la última secuencia Reed concede un respiro. La turbia historia de amor de Welles con Valli se solapa con el enamoramiento tierno del ingenuo Cotten. Tras la muerte del primero, Valli avanza por una avenida arbolada, solitaria, entregada a la decepción: su hombre la ha traicionado, pero ella disculpa su traición. Cotten espera a lo lejos, apoyado en un coche, el ala del sombrero ligeramente inclinada, paciente, impaciente, esperanzado de que ella, a su paso, se detenga, le mire y le corresponda con una mirada de complicidad. El principio, quién sabe, de otras complicidades esta vez sinceras. Valli se acerca despacio, no tiene prisa, no parece urgida de mayor compromiso que la tristeza. Llega a la altura de Cotten, él todavía confía en un gesto, pero ella no se detiene, no le mira, ni siquiera hay un mínimo adiós, ni ninguna otra palabra de consuelo. Su indiferencia consume los últimos segundos del film hasta que los créditos nos sumergen de nuevo en la música inolvidable de Anton Karas.
La historia cinematográfica del Tercer Hombre tuvo su continuidad en la realidad. Graham Grenne, autor de la novela y del guión, había trabajado en los servicios de inteligencia británicos durante la Segunda Guerra Mundial. En ellos había entablado amistad con Kim Philby, agente del MI6 y al tiempo un eficaz espía de la Unión Soviética. Philby, el mejor agente infiltrado en Occidente por el KGB, fue para muchos el modelo encubierto en quien se inspiró Greene para su personaje. Si lo fue, el autor conservó siempre el secreto.
Años después, en 1963, cuando Philby fue descubierto y hubo de huir apresuradamente a Moscú escribió una postal navideña a otro amigo, también agente del MI6 destinado en Madrid, llamado Desmond Bristow. Semanas antes también se habían refugiado en la URSS otros dos agentes dobles, Guy Burgess y Donald McLean, ambos cómplices y amigos de Philby. La postal mostraba la estampa inocente de los tres Reyes Magos dirigiéndose a Oriente. Al dorso, Philby escribió:”Querido Desmond, creo que no nos veremos en un tiempo. Te quiere, Kim”. Bristow no tardó mucho en descubrir el mensaje sutil que contenía: Philby era el tercer hombre, camino del Este, camino de Moscú.
Y Orson Welles volvió a sonreír …
"Recuerda lo que dijo no sé quién: En Italia, en treinta años de dominación de los Borgia, hubo guerras matanzas, asesinatos... Pero también Miguel Ángel, Leonardo y El Renacimiento. En Suiza, por el contrario, tuvieron quinientos años de amor, democracia y paz. ¿Y cuál fue el resultado? ¡El reloj de cuco!"
(Harry Lime en El Tercer Hombre)
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