HOUSTON Y EL PILLA PILLA
Tenemos un problema. No sé si Houston responderá al otro lado porque la comunicación parece definitivamente perdida. De este lado la voz emite un sonido cada vez más débil y apático. Amenaza tormenta y el gris neutro que copa el cielo no parece un nublado pasajero sino el presagio de un temporal devastador.
Hay quien dice que la tormenta ya está sobre nosotros pero que su efecto no es inmediato, sino que se instala plácidamente y sólo pasado un tiempo reparamos en el daño: el goteo leve pero continuo nos ha impedido reaccionar a tiempo confíados en que el viento soplaría a nuestro favor. Ahora nos somete a su antojo.
Hay quien cree que sólo estamos sintiendo los flecos de un fenómeno envolvente que cuando nos toque de pleno dejará irreconocible la realidad actual.
Y hay quien entiende que tal catastrofismo solo admite enmienda ante el televisor. Ese público se reconocilia con el mundo a través del fútbol y confía en que los goles propios y ajenos despejen el horizonte.
Sin embargo, el trazo de ese horizonte futuro es el que parece cada vez más confuso. La mirada que nos permite el presente no entiende de optimismo, pero ha deletrado muchas veces la palabra fracaso.
Piensas en el pasado y ves que las promesas para vigilar el casino global en que se ha convertido la economía se han volatilizado tan deprisa como los billones invertidos para que siguiera habiendo cartas sobre la mesa. El crupier y los tahures sigue animando al juego pero ya hasta el más ludópata sabe que la banca siempre gana
Si miras a la izquierda se observa un sopor generalizado tras una comida indigesta. Llega el sabor agrio de unas medidas “valientes” cocinadas a destiempo, el erupto de un festín de optimismo y el reflujo de un vacío de ideas compensadas con improvisados canapés a gusto del comensal. Del banquete preparado para festejar el pleno empleo y el estado del bienestar, sólo quedan restos de la cubertería, a la espera de que su cotización suba en bolsa. Del anfitrión sólo se sabe que ha encanecido. Por lo demás, ni está ni se le espera.
A la derecha asoma la silueta de un pabellón de caza. En su interior las piezas disecadas adornan la pared. Un presunto líder aprieta el gatillo. Lleva meses afinando la puntería. Está convencido de que esta vez no fallará. Importa poco el precio de la presa, sino quien dispare primero.
Los sindicatos responden con una mirada lánguida de quiero y no puedo. La ruptura llamada a canalizar el malestar social se diluye en la orilla del mar. La huelga general es inprescindible pero ya no urgente.
Antes Europa siempre era el consuelo. Ahora no sabemos. La crisis del euro nos hace correr al pilla pilla y Alemania está decidida a llegar la primera. Ya ha expulsado a Grecia y quiere que a España la apresen rápido o nos pillen en renuncio.
La gravedad de esta situación no deriva tanto de su magnitud como de la falta de alternativas y soluciones. Es tanto como decir que sobran tecnócratas y se echan de menos a políticos auténticos, estadistas respetados, sindicalistas respetables, empresarios honestos o intelectuales comprometidos. Y por supuestos, periodistas fiables.
Mientras tanto, cunde el desánimo con que la gente mira alrededor buscando un referente y sólo se encuentra a Merkel jugando al pilla pilla mientras otros recogen la mesa. Y Houston sin responder.
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