La ciudad perdida de Z
Leo "La ciudad perdida de Z", un brillante libro que sirve como excelente remedio contra el aburrimiento. Z es un enigma, una ciudad imaginaria, mítica, un lugar de leyenda en algún recóndito paraje del Amazonas. Para los más escépticos, Z únicamente era un señuelo, otro destello luminoso que atraía a excéntricos exploradores, buscadores de tesoros y aventureros de diverso pelaje.
Z revivía en el alma de los ultimos conquistadores de sueños, en los umbrales del siglo XX, como una suerte de El Dorado, la legendaria cultura dominada por el oro que desde los tiempos de Orellana sembró la selva amazónica de mitos y cadáveres.
Percy Fawcet fue posiblemente el último de los grandes descubridores romanticos. Si Richard Burton se internó durante meses en la busqueda de las fuentes del Nilo, si Livingstone y Stanley cartografiaron el África Central, Fawcet convirtió la Amazonía en su obsesión. Pertenecía a una generación posterior pero bebía de los mismos instintos. Militar, hombre cultivado, educado en la disciplina castrense y en la moral victoriana, era todavía un joven oficial destinado en Ceilán cuando sintió la llamada de lo desconocido.
A partir de entonces, ya nunca encajó en las comodidades de la élite británica. No concebía otra vida que la nómada, ni otra misión que la búsqueda incansable de remotos lugares; espacios en blanco en mapas rudimentarios que su imaginación poblaba de selvas mágicas habitadas por hombres desconocidos y una gran ciudad, al igual que las aztecas, mayas o incas, sepultada bajo la vorágine vegetal y a la que se refería como Z.
Fawcet no era un simple aventurero. Programaba sus viajes con esmero, se ocupaba de cada detalle, no dejaba nada al azar y, a lo último, confiaba en su formidable constitución física y en la suerte que siempre le había evitado contraer enfermedades endémicas como la fiebre amarilla o la malaria que diezmaban las expediciones y dejaban exhaustos a los supervivientes.
Pocos osaban repetir si sobrevivían a la selva, pero Fawcet volvió una y otra vez decidido a hacer realidad su sueño. La última expedición la inició en 1925 acompañado de su hijo Jack y de un amigo de éste. Estaba convencido de contar con los indicios necesarios que probarían definitivamente la existencia de la ciudad perdida de Z.
Nunca se supo si la halló o si encontró un rastro fiable de sus ruinas. La única certeza es que nadie volvió a verles. La selva les devoró y ni siquiera permitió dejar huella alguna de su paso. La expedición Fawcet fue la primera aventura global, retransmitida a medio mundo por la agencia NANA nortemaericana, la cadena de periódicos de Hearst y la Real Sociedad Geográfica londinense.
La desaparición conmovió al mundo y durante años otros siguieron sus pasos sin resultado. Nadie supo nunca su paradero, la causa de su muerte o si Z había dejado de ser un enigma para el explorador que se había convertido en otro enigma añadido al de la ciudad legendaria. Se calcula que en las décadas siguientes más de un centenar de personas fallecieron siguiendo la estela del británico.
La última búsqueda es este libro, un recopilatorio de desgracias y aventuras, escrito por el periodista norteamericano David Grann. Lo sorprendente de la obra es descubrir que este mundo virtual y globalizado donde la selva se ha convertido en destino turístico, contiene todavía espacios vírgenes, no transitados por el hombre ni expoliados por la industria. Se estiman en un centenar las comunidades indígenas que aún no han tenido contacto con el hombre occidental ni conocen otra forma de vida que la que han mantenido durante siglos.
Quizás, como dice una de las leyendas asociadas al explorador, Fawcet cumplió su objetivo pero ya no quiso regresar. El secreto de la selva le envolvió para siempre y decidió que su vida allí seguía teniendo sentido. Fuera sólo le esperaba la civilización. Era el fin que correspondía al último explorador romántico.
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