Verano de silencio
Ha sido un tiempo de silencio involuntario. Escribir tiene la virtud de desnudar tu mente y aliviar las zonas oscuras que a veces pueblan esos silencios. La palabra puede ser un instrumento valioso para descargarte de razones y despejar las ideas, a veces más evidentes y lúcidas sobre el papel que cuando alborotan la conciencia. Perdonad este trabalenguas incomprensible, pero disculpad también que no sea más explícito. En realidad, es una forma como otra cualquiera de decir que me incorporo a la rutina saludable de añadir palabras a las muchas que leo en este mundo virtual.
Han pasado muchas cosas este verano, incluso han pasado muchas en el último mes. Prefiero quedarme con las agradables. Y entre ellas recuerdo y no olvidaré un mar de abrazos. No hace mucho, Ramón Lobo escribía sobre la sana costumbre del abrazo. Y es verdad. Si es sincero, si no oculta sólo un hábito vacío, puede convertirse en un apoyo que suma y anima, alivia y acompaña. He tenido la suerte de recibir muchos en los últimos días, y a cada uno de ellos, para cada uno de quienes lo ofrecieron, dedico esta pequeña nota con un muy cálido agradecimiento.
También ha habido ocasión para descubrir de nuevo el placer hipnótico de un libro, cuando atrapa, seduce y te deja huérfano al pasar la última página de una historia que ya pertenece a tu propio recuerdo. Compré Inés y la Alegría hace pocos días. De Almudena Grandes tenía todavía el recuerdo reciente de El corazón helado y la impresión de no haber leído desde entonces nada comparable, no digo nada mejor, sino tan sólo nada que conmoviera tanto y que hiciera de la lectura un disfrute parecido al de sumergirte en un mundo ajeno del que compartes poco en un principio y que te niegas a abandonar al final. Supongo que la buena literatura tiene mucho de eso: hacer creíble el espejismo de que no leemos, o no solamente leemos, sino que vivimos otra vida prestada.
Tuve la precaución, o cometí el error, de comenzar el libro como hago con los periódicos, por el final, por el epílogo. Los epílogos de Almudena Grandes son en realidad prólogos jugosos y útiles que siempre ilustran y nunca decepcionan. Y después, al comenzar la lectura, recuperé la noción feliz de una historia genial genialmente contada.
En un verano de silencio y abrazos la alegría de Inés también ha sido un poco la mía.
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Alfon -