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SUMA DE LETRAS

EL GRAN CARNAVAL

EL GRAN CARNAVAL

Creo que este planeta más global que nunca ya no se mueve por las leyes de la física sino a golpe de espectáculo. Mil millones de personas vieron el rescate de los mineros chilenos, más de los que siguieron el Mundial, casi tantos como los que siguieron atónitos la muerte pilotada del 11-s. Tres hitos que han marcado la memoria colectiva de la humanidad en la última década.

En Chile el espectáculo no ha hecho más que empezar. Ahora comienza un serial televisado bastante más vergonzante. Las exclusivas pueden ser millonarias, se habla ya de 30.000 euros por entrevista, el equivalente a seis años de trabajo en la misma mina que podía haber sido una tumba y que hasta ahora dilapidaba impunemente la salud de sus trabajadores con condiciones de trabajo indignas.

El final feliz nos ha sumado en una euforia contagiosa. Afortunadamente, esta vez la tragedia se ha evitado, pero será más difícil impedir la falta de escrúpulos. No tendrán ellos la culpa. Las ofertas que reciban pueden significar la oportunidad de su vida, la salida de un túnel más angosto y profundo del que han abandonado. Habrá incluso quién no sólo aprecie la posibilidad de ser rico en unas horas. Habrá quien valore más la fama, la celebridad de un plató de televisión, la tentadora mirada emocionada de millones de espectadores, la vanidosa creencia de sentirse importantes.

Todo ello les envolverá durante un tiempo, presionará sus vidas como si nunca hubiesen abandonado la cápsula metálica que les ha arrancado de la muerte, les obligarán a bajar una y otra vez al infierno del que han salido, y llegarán quizás a pensar que aquello es lo mejor que les ha pasado en sus vidas duras y humildes. Nadie les recordará que pasada la tormenta, cuando las lágrimas y los testimonios ya no sean rentables, se les devolverá al anonimato y en el mejor de los casos al recuerdo sincero de mucha gente de buena fe.

Sorprende que en dos meses de cautiverio a 700 metros de profundidad los 33 mineros hayan resistido enteros, no sufran daños y ni siquiera muestren en apariencia secuelas psicológicas. Dice mucho de su entereza y de la capacidad de resistencia que se atesora en el desierto de Atacama. Trabajo duro requiere de hombres duros. Pero dudo de si sabrán soportar el acoso mediático que les aguarda. Vivirán una vida prestada para lo que de poco sirve la terrible experiencia adquirida en estos dos meses.

Lo decía hoy Hernán Rivera Letelier: 33 cruces que no fueron. Dejémoslo ahí. Quedémonos con el ejemplo. Ahorrémonos el espectáculo.

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